Flor Garduño: La alquimista de la fotografía
#Autómatas Reconocida como una de las artistas más prolíficas del medio, Flor Garduño se ha abierto paso en el arte como referente en la fotografía internacional. Andrea Gorgonia escribe sobre ella.
por Andrea Gorgonia Treviño
De raíces mexicanas, Flor Garduño es una fotógrafa que profundiza sobre la corporalidad, lo animal y lo onírico. Reconocida como una de las artistas más prolíficas del medio, su obra sigue resonando bajo la vista de la experiencia misma. La formación de la artista se da de la mano de la artista Kati Horna, reconocida también por su trabajo con la imagen en México. Es al lado de ella -en el compartir de los cuestionamientos y una misma búsqueda latente-, que Flor tuvo su primer acercamiento con la fotografía dentro de la academia de San Carlos. Sin pensarlo, pero con la naturalidad de los cauces, a partir de ese compartir de saberes, se instruyó de figuras como de la artista Mariana Yampolsky y el trabajo que profesó dentro del equipo de Manuel Álvarez Bravo. De tal manera, esta autómata empezó a interesarse en capturar momentos y espacios que darían lugar a un recorrido por el país y una ensoñación de lo imaginario a forma de remembranza.
La alquimia de la imagen
Garduño trae la alquimia consigo; fue con su habilidad de profundizar en un sinfín de temáticas la que la ha llevado a tener más de 40 años de trayectoria. Es en su obra que se mezclan tres temáticas diferentes pero que abren posibilidades la una a la otra cuando median entre sí. Menciona Garduño en una entrevista para Vindictas que mucho de su acercamiento se debe a la apertura de pensar en las posibilidades del formato en la cámara, pero, sobre todo, a cuestionar dónde se encuentran los límites entre los cuerpos y los ambientes. Es así como lo real-físico y lo mitológico-onírico dan paso a una creatividad pictórica donde se encuentra la representación de lo animal, el cuerpo femenino y el plano de los sueños siempre esperando a la artista, como el futuro espectador, del otro lado de la lente.
Ahí donde combinan los elementos de estas tres entidades, se forma un espacio donde la autora pretende descubrir elementos que constituyen el universo tal como la alquimia lo haría. Si en la antigüedad se buscaba la transmutación de los metales y el elixir de la vida a través de esta disciplina, es en la fotografía de la artista que se repetirá esta mezcla de la experiencia corporal con lo terrenal. En el vértice de ambos puntos es como se crea un lenguaje místico: retratos, paisajes y construcciones de significados en la imagen se dan rienda suelta entre lo análogo y lo digital.
Garduño a tres voces
En una obra profundamente estética, Flor ha creado un lenguaje especial por los objetos. Dialoga en ella una mirada sensible, experta; una experiencia que se enriquece al lado del otro. El contacto de la autora con creencias, lugares y caminos dio paso a libros como Trilogía (1969), donde termina e inicia todo; las imágenes que crea la artista remontan a una tierra mágica mientras ella sostiene la cámara. Es un trabajo que recuerda al México vivo que se impregna de mitos y leyendas y que da paso a otro donde el cuerpo se une a lo natural. De manera general, esta muestra es la que aborda las principales temáticas de la artista.
Sin embargo, éste último da paso a otro donde fotografías del cuerpo femenino fungen como tema principal, tanto de la obra, como de la experimentación creativa. Garduño comenta, también, que su experiencia como mujer artista no sería lo mismo de no ser por el recibimiento de las mujeres a su lado. Por eso, los retratos y desnudos que consagran su obra y se ven propiamente abarcados dentro del libro Flor (2001) son todos hechos en compañía de amigas y conocidas -hecho que la hace referir a las mismas como “las mujeres fantásticas”- principales sujetos de acción y significado. Recuerda también como es que en lo íntimo y en el cuidado y práctica de la maternidad ha terminado por remontarse al cuerpo, principio y fin de la experiencia viva.
Garduño recuerda la frase que llama a lo personal que se hace político, por lo tanto, el cuerpo abre paso a un juego donde se siente y vive con lo otro. Parte de la obra de Garduño está basada en la contemplación del ambiente y lo exterior, así como la indagación sobre lo animal y lo bestial. En Mesteños (1994), por ejemplo, la artista encuadra con atención a animales de distintos tipos. Es en este compendio de imágenes que la autora explora el concepto de la libertad de la mano de lo natural en las praderas de Norteamérica y que también se explayará a trabajos como Magia del juego eterno y Testigos del tiempo.
Por esto y más, Flor Garduño se gana el nombre de la alquimista; aquella que crea, la que transmite y transmuta. Es en la fotografía que ha creado un lenguaje especial por los objetos; dándoles vida, realizando una mezcla de lo físico y lo imaginario en una misma imagen donde todo converge y la memoria persiste.