Consecuencias de la abulia
Nunca es tarde para llegar al Extranjero. Aquí, Lidia Espinosa nos cuenta y da detalles sobre una de las novelas más importantes del siglo XX.
por Lidia Espinosa
Dice Velázquez en La indiferencia como síntoma social (de 2008) que “indiferencia es una palabra que tiene una evocación de lo frío, que no despierta el calor del afecto, la curiosidad o el interés”. Esta primera instancia nos acerca abruptamente a la única descripción posible de Meursault, nuestro protagonista de turno, quien es castigado por ser un extranjero de la sociedad en la que se halla inserto. Este hombre, que resulta interesante por lo que nos mueve a pensar más que por ser él una persona de interés, nos relata su historia en El extranjero de Albert Camus.
Nuestro autor vivió entre 1913 y 1960, periodo que comprende ambas guerras mundiales. Escribió novela, ensayo y drama, y era de origen franco-argelino, además de que le fue concedido el Premio Nobel de Literatura en 1957. Aunque tiene múltiples obras destacadas como El mito de Sísifo y La peste, hoy podemos tratar de cerca El extranjero, publicada en 1942.
Y este extranjero es Meursault, un hombre que se desliza por la vida con una apatía exasperante. Su indolencia lo lleva a ir en una espiral inexorable de desgracias: cuando mata con cinco disparos a un árabe, el factor que lo condena a la fatalidad es, nada más y nada menos, que no derramó una lágrima en el entierro de su madre. ¿Cómo podrían estar ambas cosas relacionadas? Incluso el abogado de Meursault llega a gritar: “yo acuso a este hombre por haber enterrado a su madre con corazón de criminal”. Lo cierto es que, desde este punto de vista, Meursault cumple con varios rasgos del tipo sociópata: no es una persona altruista, no siente empatía, remordimiento ni amor, miente, va contra las convenciones sociales y la ley y su mayor argumento a su indudable apatía es que “uno acaba por acostumbrarse a todo”. Sin llegar al nivel de la psicopatía, Meursault va por la vida demostrando actitudes antisociales que acaban con la vida de una persona que no le debía nada en absoluto.
El relato está contado en primera persona en pasado. Meursault cuenta desde sus recuerdos de los acontecimientos, puesto que no existe un guion largo que indique la emisión de los diálogos: sólo comillas («») encerrando lo que Meursault sabe que dijeron otros personajes.
Así, aunque la apatía sea el principal motivo por el que Meursault se considera un extranjero, también podemos ver que el calor funge como un elemento clave para abstraer al hombre de lo que está pasando a su alrededor: “Pero el calor era tal que me resultaba penoso también permanecer inmóvil bajo el enceguecedor resplandor que caía del cielo (…) todo aquel calor pesaba sobre mí y se oponía a mi avance”, “el ardor del sol me llegaba hasta las mejillas (…) el mismo sol del día en que había enterrado a mamá”, “yo había seguido muy mal su razonamiento, ante todo porque tenía calor”, “cada vez hacía más y más calor”, “tan largo fue su alegato que finalmente no sentí más que el calor de la mañana”… Pero, en definitiva, la reacción de Meursault cambia radicalmente cuando se da cuenta de que su actitud fue la que lo condenó, pues “sentía un frío tan atroz que [se] encogía bajo la manta”.
Otro de los ámbitos a los que se extiende la indiferencia de Meursault es, por supuesto, la muerte. No sólo la muerte de su madre, sino el tema en general: “Me preguntó si había sentido pena aquel día [en que enterró a la madre] (…) todos los seres normales habían deseado más o menos la muerte de aquellos a quienes amaban”, “muerta, no me interesaba más”. Hay otro pasaje que dice: “«Y bien, tendré que morir». Antes que otros, es evidente. Pero todo mundo sabe que la vida no vale la pena ser vivida”. Este último me interesa porque resume muy bien la actitud casi siniestra que Meursault tiene hacia la vida y hacia la muerte: va como una verdadera hoja al viento, meciéndose en su casi inexistente conexión con el mundo, en el que se sentía que “esta[ba] de más en aquel lugar, de ser un poco un intruso” (las cursivas son mías). Es un forastero que no piensa ni sueña como el resto del género humano. Así, aunque diga que es “como todo el mundo, absolutamente como todo el mundo”, la verdad es que su concepción de todo el mundo no puede estar más alejada de la generalidad.
De esta manera, asistimos a la lenta y tortuosa procesión de un hombre que vaga por “un mundo que ahora [le] sería para siempre indiferente”. Un mundo en el que anduvo como un ciego, a escondidas, como si nada le importara en absoluto… aunque al final tuviese que relatar la historia de su abulia.
Lidia Espinosa @medicenlidia
A veces escribe, a veces lee, pero siempre está pensando en buenas historias, comida y anime. Su nueva obsesión es Genshin Impact. Le gusta la fantasía, la ciencia ficción y el romance, y procura hacerse experta en esos temas.