Cadáver que sueña
¿Parálisis de sueño? Un cuento de Lidia Espinosa sobre presencias nocturnas y la particular posición de los muertos en su descanso eterno. Spooky!
De pequeña dormía con mamá. Recuerdo que mi posición para dormir me parecía normal: boca arriba, con las piernas extendidas y las manos sobre mi estómago. Medio dormida, sentía que mamá deshacía aquella posición poniéndome las manos a cada lado.
Una vez le pregunté porqué hacía eso, si para mí era cómodo. Ella me dijo:
—Así duermen los muertos.
Esa respuesta me sorprendió. Yo era pequeña. No sabía eso. No lo había visto en la tele, y las únicas dos personas que había visto dentro de un ataúd eran mi bisabuela y mi abuelo, pero yo tendría, a lo mucho, tres años cuando ellos murieron. Escalofriante sería que recordara sus posiciones y las imitara, noche tras noche. No pude volver a mirar un ataúd sin sentir vértigo. Cuando comprobaba las posiciones de los muertos en su descanso eterno, un miedo profundo me invadía.
Esta experiencia de mi tierna infancia me siguió hasta la actualidad. Cuando me acuesto y me doy cuenta de que tengo las manos sobre mi ombligo, cada noche, necesito poner música, navegar en Facebook, leer, imaginar nuevas escenas para mis novelas. Necesito hacer cualquier cosa para tomar una posición de vivos.
Hoy me fui a acostar con la costumbre, ya arraigada, de publicar algunas cosillas en Facebook. Como siempre, evité el terror, lo siniestro, lo oscuro. No es que luego vaya a tener pesadillas, sino que no me deja dormir. Es algo más bien como que me sugestiono y comienzo a ver o escuchar cosas que yo misma imagino.
Jack, mi perro, estaba conmigo, pues temía que se fuera a mojar si llovía de repente. Así que la puerta del patio y la de mi cuarto se quedaron abiertas, para darle libertad al perro. Él no suele quedarse quieto la noche entera. Es un perro muy activo y apenas duerme. Tan pronto como escucha el más leve sonido, como siente la más mínima brisa, él sale corriendo para ladrar, así que, de cierta forma, gracias a él es que puedo estar atenta en la noche sin necesidad de preocuparme.
Cuando me pesaban los ojos de sueño, dejé el celular en el buró a la izquierda de mi cama. Caí dormida orientada hacia ese lado, con la oreja izquierda tocando la almohada. Me soñé en esta posición, escribiendo sobre un íncubo. Todo en el sueño era de color rojo. Las sábanas, las paredes, la tinta de sangre escurriendo desde mis dedos. Un demonio me enseñaba todo lo que había que saber sobre sí mismo, sentado en la orilla de mi cama, en el hueco que hacía mi cuerpo curvado. De un momento a otro, vi su mano dirigirse hacia mí y entonces...
Jack ladró. Me desperté sobresaltada. Todo estaba oscuro.
Más fastidiada que asustada, despegué la oreja izquierda de la almohada, me levanté de la cama y encendí el foco de mi cuarto mientras me ponía los lentes. Revisé la hora en mi celular.
3:33 a.m.
Sentí la boca seca. La acidez, que había hecho doler mi estómago desde la noche anterior, se intensificó.
Tal vez Jack no había ladrado sólo por hacerlo.
Agarré mi taza, fui a oscuras hacia el refri y me serví agua fría. Desde la puerta abierta al patio se colaban el fresco de la noche y los cantos interminables de los cenzontles.
Y, aunque creí no darle importancia al sueño, encendí la luz de la estancia y regresé a mi cuarto con la taza en la mano. Tomé dos tragos de agua, sentada en el lugar exacto en que soñé al demonio.
Puse la taza en el buró, me acosté y abrí Facebook unos minutos. Publiqué mis penas. "Déjenme dormir, cosas sobrenaturales" o algo así, en tono de broma. Me sentí mejor porque trivialicé el asunto.
Dejé mi celular a mi costado derecho, junto a la almohada. Boca arriba, con las piernas estiradas, la mano izquierda sobre mi estómago. Me volví a dormir.
Algo se comenzó a mover junto a mi mano derecha. Lo acaricié. Luego de unos segundos, Jack bajó por el lado izquierdo de la cama, trepó mi silla y se sentó sobre el escritorio, orientado hacia mí. La criatura que yo acariciaba se volvió a mover. Intenté apartar la mano, pero ya era tarde. Dos colmillos se encajaron en el interior de mi pulgar. El pánico me oprimió por todos lados.
Con la mano izquierda tomé el cuerpo de la criatura: cálida, peluda.
Todo se ralentizó. Movía la mano izquierda para arrancarme al animal mientras me incorporaba.
Jack seguía en su posición vigilante, sobre el escritorio. Ayúdame, le dije, pero mi lengua no se movió. Mi garganta estaba apagada. Un instante. Una eternidad.
La única certeza era el dolor en mi pulgar.
Segundos después grité. Grité, volví a gritar, y una vez más. Jack, asustado, no atinaba a quedarse conmigo, ladrar o salir del cuarto. Mi hermano salió corriendo del suyo y encendió mi luz. Me encontró acostada sobre mi cama, llorando, sosteniéndome el pulgar derecho.
—Me mordió —le dije entre sollozos. Pensó que Jack se había portado mal.
Me revisó las manos. Nada. Ni una herida.
El dolor persistía.
Más calmada, le pregunté la hora. Mi hermano buscó mi celular. Lo encontró a mi lado izquierdo, no al derecho donde lo había dejado. 5:09 a.m. El desasosiego volvió a invadirme, y no sólo por la ubicación de mi celular, sino también porque cuando tenía estos malos sueños siempre me pasaba diez minutos después de quedarme dormida. Era un hecho invariable. Hasta hoy.
Mi hermano, sentado en donde el diablo estuvo hora y media atrás, me dijo:
—Andas bien estresada. No has dormido bien, ¿verdad?
Se retiró cuando vio que ya no lloraba.
Tomé mi teléfono una vez más. Tecleé "parálisis del sueño". Una búsqueda rápida arrojó lo siguiente como posibles causas de la parálisis:
● No dormir lo suficiente.
● No tener un horario regular para dormir.
● Estrés mental.
● Dormir boca arriba.
La última causa rebotó en mi mente como una idea que no acababa de comprender. El recuerdo de mamá vino con más fuerza que nunca:
—Así duermen los muertos.
Ya no pude conciliar el sueño esa noche.
Lidia Espinosa @medicenlidia
A veces escribe, a veces lee, pero siempre está pensando en buenas historias, comida y anime. Su nueva obsesión es Genshin Impact. Le gusta la fantasía, la ciencia ficción y el romance, y procura hacerse experta en esos temas.